-Parece que va a llover.-Dijo el anciano mientras se acercaba al borde del acantilado para otear el horizonte.
Le
seguí tímidamente y sin perder de vista el final del acantilado me situé a su
lado. El paisaje visto desde allí arriba era increíble, casi podía ver mi casa
donde mi madre estaría preparando la cena mientras mi hermanas jugueteaban
despreocupadas. Noté que mis ojos se humedecían y observé al anciano por el
rabillo del ojo, su rostro atravesado por las arrugas parecía ignorar mi
presencia mientras sus ojos miraban al sol del atardecer. Su voz grave me
sobresaltó con una orden.
-¡Sécate
esas lágrimas ya no eres un niño!-Giró su rostro y sus penetrantes ojos grises
se clavaron en mí.-Recoge unas ramas secas, nos convendría encender un fuego
antes de que anochezca.
Maldije
a aquel viejo que seguía impasible mirando el horizonte mientras yo peleaba por
arrancarle las ramas a aquel tejo. Maldije también a mi padre, un agricultor
que pensaba que su tercer hijo varón era más una carga que una ayuda, aquel
hombre egoísta e insensible que había decidido que unas cuantas monedas serían
más ayuda que su hijo adolescente. Aún podía oír el llanto de mi madre, cuando
mi padre nos comunicó que me iría como aprendiz de aquel viejo druida. ¡Crack!
La rama se rompió mientras yo tiraba con todas mis fuerzas y caí de espaldas al
suelo, allí me encontraba tumbado de espaldas mirando el cielo rojizo cuando
escuché unas risitas a mi espalda.
Me
incorporé y vi al viejo allí de pie observándome con una mirada burlona
mientras se apoyaba en su bastón de druida, aquello me enfureció y le mientras
asía la rama a modo de porra le grité con todas mis fuerzas.
-¡No te
rías viejo inútil! ¡Yo no he pedido venir contigo! ¡No sé lo que puedo aprender
de un estúpido anciano que dice que lloverá cuando el horizonte está más
despejado que la cabeza de un calvo!
Dicho
esto solté un grito y me dirigí corriendo con la rama en alto dispuesto a
golpear a aquel viejo que creía la causa de todos mis males. Cuando ya estaba
tan cerca de él que podía ver los pelos que se asomaban por sus fosas nasales,
me dispuse a descargar con fuerza la rama contra aquella estúpida
cabezota. Nunca pensé que aquel decrépito anciano de larga cabellera blanca y
barba poblada pudiera reaccionar con tal rapidez. Cuando abrí los ojos tras
descargar con rabia la rama, el anciano ya no se encontraba delante de mí pero
pude notar su aliento en mi nuca y antes de que pudiera ni siquiera darme la
vuelta, noté un fuerte golpe en mis talones que me hizo caer al suelo.
Allí
estaba de nuevo con la espalda contra el suelo, nuevamente derrotado primero un
viejo tejo y luego el propio viejo. Sus profundos ojos grises se volvieron a
clavar en mí y su mirada me estremeció, pero el viejo bajó su bastón y sonrió
tendiéndome la mano. Me levanté y el viejo sacó de su bolsa un par de conejos,
hierbas aromáticas y una cacerola.
-Bien
chico, enciende la hoguera y si cuando el guiso esté listo no ha comenzado
caído ni una gota, yo me quedare sin cena pero en caso contrario no harás más
que oler estos conejos.-Dijo el anciano tendiéndome la mano para cerrar el
trato.
Cerré
el trato agarrando su mano callosa y con una sonrisa en la cara me dispuse a
coger las ramitas que se encontraban esparcidas por el suelo, resultaba
imposible que lloviera en una tarde tan agradable y despejada como aquella.
El olor
del guiso era delicioso y se me hacía la boca agua mientras veía como el guiso
borboteaba al calor del fuego. El viejo se encontraba despreocupado tallando
una ramita mientras yo le miraba triunfante, saboreando la venganza contra
aquel anciano altivo que se iría a dormir hambriento suplicándome un bocado. Ya
podía sentir la tierna carne de conejo contra mis dientes cuando empezó a
llover profusamente, el anciano me miró y sonrió.
-
“Parece que va a llover” dijeron los espíritus que habitan en los árboles. No
debes de creer todo lo que ven tus ojos, has de aprender a escuchar a la
naturaleza.
Durante
años las palabras del anciano resonaron en mis oídos, pero en aquel momento lo
único que me preocupaba era el rugir de mi estómago.
*Este
relato está basado en uno de los ejercicios de escritura del blog Literaturas.
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