viernes, 14 de febrero de 2014

Parece que va a llover


-Parece que va a llover.-Dijo el anciano mientras se acercaba al borde del acantilado para otear el horizonte.
Le seguí tímidamente y sin perder de vista el final del acantilado me situé a su lado. El paisaje visto desde allí arriba era increíble, casi podía ver mi casa donde mi madre estaría preparando la cena mientras mi hermanas jugueteaban despreocupadas. Noté que mis ojos se humedecían y observé al anciano por el rabillo del ojo, su rostro atravesado por las arrugas parecía ignorar mi presencia mientras sus ojos miraban al sol del atardecer. Su voz grave me sobresaltó con una orden.
-¡Sécate esas lágrimas ya no eres un niño!-Giró su rostro y sus penetrantes ojos grises se clavaron en mí.-Recoge unas ramas secas, nos convendría encender un fuego antes de que anochezca.
Maldije a aquel viejo que seguía impasible mirando el horizonte mientras yo peleaba por arrancarle las ramas a aquel tejo. Maldije también a mi padre, un agricultor que pensaba que su tercer hijo varón era más una carga que una ayuda, aquel hombre egoísta e insensible que había decidido que unas cuantas monedas serían más ayuda que su hijo adolescente. Aún podía oír el llanto de mi madre, cuando mi padre nos comunicó que me iría como aprendiz de aquel viejo druida. ¡Crack! La rama se rompió mientras yo tiraba con todas mis fuerzas y caí de espaldas al suelo, allí me encontraba tumbado de espaldas mirando el cielo rojizo cuando escuché unas risitas a mi espalda.
Me incorporé y vi al viejo allí de pie observándome con una mirada burlona mientras se apoyaba en su bastón de druida, aquello me enfureció y le mientras asía la rama a modo de porra le grité con todas mis fuerzas.
-¡No te rías viejo inútil! ¡Yo no he pedido venir contigo! ¡No sé lo que puedo aprender de un estúpido anciano que dice que lloverá cuando el horizonte está más despejado que la cabeza de un calvo!
Dicho esto solté un grito y me dirigí corriendo con la rama en alto dispuesto a golpear a aquel viejo que creía la causa de todos mis males. Cuando ya estaba tan cerca de él que podía ver los pelos que se asomaban por sus fosas nasales, me dispuse a  descargar con fuerza la rama contra aquella estúpida cabezota. Nunca pensé que aquel decrépito anciano de larga cabellera blanca y barba poblada pudiera reaccionar con tal rapidez. Cuando abrí los ojos tras descargar con rabia la rama, el anciano ya no se encontraba delante de mí pero pude notar su aliento en mi nuca y antes de que pudiera ni siquiera darme la vuelta, noté un fuerte golpe en mis talones que me hizo caer al suelo.
Allí estaba de nuevo con la espalda contra el suelo, nuevamente derrotado primero un viejo tejo y luego el propio viejo. Sus profundos ojos grises se volvieron a clavar en mí y su mirada me estremeció, pero el viejo bajó su bastón y sonrió tendiéndome la mano. Me levanté y el viejo sacó de su bolsa un par de conejos, hierbas aromáticas y una cacerola.
-Bien chico, enciende la hoguera y si cuando el guiso esté listo no ha comenzado caído ni una gota, yo me quedare sin cena pero en caso contrario no harás más que oler estos conejos.-Dijo el anciano tendiéndome la mano para cerrar el trato.
Cerré el trato agarrando su mano callosa y con una sonrisa en la cara me dispuse a coger las ramitas que se encontraban esparcidas por el suelo, resultaba imposible que lloviera en una tarde tan agradable y despejada como aquella.
El olor del guiso era delicioso y se me hacía la boca agua mientras veía como el guiso borboteaba al calor del fuego. El viejo se encontraba despreocupado tallando una ramita mientras yo le miraba triunfante, saboreando la venganza contra aquel anciano altivo que se iría a dormir hambriento suplicándome un bocado. Ya podía sentir la tierna carne de conejo contra mis dientes cuando empezó a llover profusamente, el anciano me miró y sonrió.
- “Parece que va a llover” dijeron los espíritus que habitan en los árboles. No debes de creer todo lo que ven tus ojos, has de aprender a escuchar a la naturaleza.
Durante años las palabras del anciano resonaron en mis oídos, pero en aquel momento lo único que me preocupaba era el rugir de mi estómago.
*Este relato está basado en uno de los ejercicios de escritura del blog Literaturas.

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