lunes, 15 de diciembre de 2014

Nuevos horizontes


Este relato forma parte del ejercicio del mes del grupo Adictos a la escritura, que lo disfruten.

Una vez más el espigado marinero se asomó por la borda para devolver los últimos restos de pescado en salazón que quedaban en su estómago. Se desplomó sobre la cubierta sintiendo como la cabeza le daba vueltas y el estómago le ardía, contempló el cielo estrellado quedando absorto por la calma que reinaba aquella noche de verano.

Rodrigo Enríquez maldijo el día que decidió abandonar su Santoña natal para embarcarse en aquella aventura suicida. Añoraba los paisajes de la costa Cantábrica, sus acantilados y montañas verdes, recordaba con nostalgia cuando volvía al puerto de Santoña tras una jornada de pesca y lamentaba haberse dejado seducir por las ansias de gloria y riqueza de aquel viaje a las Indias.

-Toma bebe un poco de mi agua, te hará sentirte mejor.-Le ofreció uno de sus marinos mientras le ayudaba a incorporarse.

Rodrigo miró con desconfianza la escudilla con agua que tenía un color verdoso y un olor extraño pero acabó bebiendo el líquido viscoso lo que le produjo una arcada.

La desesperanza había comenzado a cundir entre los marinos de la Santa María y los otros barcos que componían la expedición. Después de más de un mes de viaje y tras la muerte de varios marinos debido al escorbuto, los marinos habían protagonizado un motín contra el capitán con la esperanza de cancelar la expedición y volver a España, pero finalmente la situación no llegó a mayores y la expedición continuaba su incierto destino.

-Deberíamos lanzado a ese condenado Colón al mar cuando tuvimos la oportunidad.-Dijo Rodrigo a su compañero.

-No hables demasiado alto si no quieres tener problemas.-Le indicó el marino.-Uno de los vigías, el andaluz, me dijo que hacía unos días habían visto unas aves marinas en el horizonte, dicen que Colón piensa que alcanzaremos tierra antes de que acabe la semana.

-También nos dijeron que en menos de una semana estaríamos en las Indias…-Contestó Rodrigo malhumorado.

Se hizo un cierto silencio en la cubierta cuando Cristobal Colón apareció acompañado de Juan de la Cosa, este había sido el patrón del barco pesquero de Rodrigo en Santoña y quien le había agasajado para unirse a la empresa de Colón. El rostro del Almirante Colón también mostraba las penurias del viaje, su piel mostraba un color cenizo y su poblada cabellera rizada se había tornado frágil y pajiza, pese a todo el Almirante trataba de mantener su porte altivo evitando mostrar ningún símbolo de debilidad ante su tripulación.

-Rodrigo, ¿te encuentras bien? No será el escorbuto.-Le preguntó preocupado Juan de la Cosa quién se acercó a él y le ofreció un poco de vino que guardaba en una bota.

-No lo sé, parece algo del estómago, no he parado de devolver en todo el día.-Contestó mientras se llevaba el vino a la boca y notaba como le embriagaba su afrutado sabor, que no tenía nada que ver con el vinagre que componía la ración de la tripulación.

-No se preocupe, según mis previsiones llegaremos a las indias a lo largo de esta semana.-Le dijo el Almirante Colón tratando de reconfortarle, su voz sonaba potente y con un acento indescriptible que no permitía adivinar su origen.

-Mi nombre es Rodrigo Enríquez señor, soy de Santoña como Maese Juan de la Cosa.-Contestó educadamente Rodrigo tratando de mostrar los mejores modales que su educación de marino le permitía.-Muchas veces sueño con mi Santoña natal, supongo que a usted le pasará lo mismo. ¿Dicen que es de Génova vuesa merced?

-Génova, Galicia, Grecia… De aquí y de allá, se dicen muchas cosas.

Rodrigo se mostró confundido ante la respuesta del Almirante y antes de que pudiera siquiera pensar una respuesta un grito les interrumpió.

-¡Tierra, tierra!-Provino un grito desde lo alto del mástil de uno de los barcos cercanos.- ¡Tierra a  la vista!

Rodrigo miró al Almirante Colón que esbozó una sonrisa mientras la cubierta se empezaba a poblar por marinos que subían a la cubierta al ver su sueño interrumpido por los gritos y el alborozo. Las luces se multiplicaron en mitad de la noche y los gritos de alegría inundaron las tres embarcaciones.
La noche fue larga y pocos durmieron, Cristobal Colón que semanas atrás había estado a punto de ser linchado por su tripulación era ahora aclamado como un héroe o un santo por la misma. El malestar de Rodrigo Enríquez parecía haber disminuido y él y sus compañeros hacían planes de lo que harían con las riquezas que les esperaban en las Indias. Rodrigo soñaba con volver a Santoña, construir una casona y convertirse en un patrón de barcos, y quizás aprender a escribir para contar sus aventuras en las Indias.

Al día siguiente por la mañana, un 12 de Octubre, atracaron los tres navíos a unas millas de la costa y lanzaron unas cuantas barcas a la mar para pisar por primera vez la tierra firme de las Indias. Más de medio centenar de hombres, la gran mayoría de la tripulación se apelotonó en las barcazas para pisar tierra firme por primera vez tras más de un mes de duro viaje en el que muchos habían perecido.
Rodrigo Enríquez se encontraba en una de esas barcazas, Juan de la Cosa le había hecho el honor a su paisano y este se encontraba en la misma barcaza que el Almirante Colón. Los marinos portaban espadas y los estandartes de los Reyes Católicos.

En sus años de vejez Rodrigo Enríquez muchas veces se burlaría de la leyenda sobre el desembarco de los españoles en las Indias, portando la cruz y la enseña de los Reyes Católicos con gran altivez y pompa, lo cual se alejaba de la realidad. Al llegar a tierra tan solo Cristobal Colón y los llamados hermanos pinzones mantuvieron la compostura clavando el estandarte real en aquella playa arenosa.
Contaría Rodrigo Enríquez que la mayoría de la tripulación saltó entusiasmada de las barcas para besar tierra y retozar en la blanquecina arena, tirando sus armas y estandartes al suelo. La alegría era máxima al volver a pisar tierra firme, algo que muchos de ellos pensaban que no volverían a hacer y hubo algún que otro marino que en medio de la excitación se puso a masticar las frescas hojas de la vegetación que cubría los aledaños de la playa.

Mucho cuenta la Iglesia de la presencia de Colón con una gran cruz pero en palabras de Rodrigo Enríquez la enseña de Cristo la portaba un rubicundo sacerdote que la utilizaba a modo de bastón para sobrellevar las inclemencias del viaje.

No pasaron muchos minutos cuando de entre la espesa jungla que cubría las cercanías de la playa aparecieron unos indígenas. Tenían la piel tostada y el pelo del color del azabache, cubiertos por unos modestos taparrabos y aunque portaban rudimentarias armas su actitud no era ni mucho menos agresiva sino que parecían movidos por la curiosidad.

La tripulación entonces retomó sus armas y se puso detrás del Almirante Colón a cuyo lado se situaban los hermanos Pinzones, el rubicundo sacerdote y Juan de la Cosa. Rodrigo Enríquez que portaba una espada, la cual no había utilizado en su vida, se encontraba en segunda fila, nervioso por cómo se desenvolvería la situación, él era un pescador de anchoas y su único deseo era retornar a su Santoña natal, si salía vivo de aquella sabía que aquel sería un capítulo digno de destacar en sus memorias.

-Venimos en nombre de Doña Isabel de Castilla y Don Fernando de Aragón, soberanos de la Corona de Castilla y de la Corona de Aragón.

La voz de Colón resonó en aquella playa bajo un sol abrasador y una agradable brisa marina, los nativos confundidos les miraron y se pusieron a cuchichear entre ellos en una lengua ininteligible. Los marinos españoles nerviosos blandieron sus armas cuando uno de los indígenas que parecía su líder se acercaba a Colón portando una rudimentaria lanza. Las piernas de Rodrigo Enríquez temblaban ante la proximidad del combate, miraba a su alrededor y aunque algunos de sus compañeros parecían tan asustados como él, muchos otros blandían sus armas preparados para el combate.

Pero el indígena no tenía intenciones hostiles y depuso su lanza a los pies de Colón acto al que respondieron el resto de indígenas tirando sus armas al suelo. Rodrigo se relajó aliviado al comprobar que aquello no terminaría en un derramamiento de sangre. Unas mujeres nativas les ofrecieron entonces unas deliciosas frutas tropicales que los marinos devoraron con avidez, era la primera fruta fresca que tomaban en meses. Juan de la Cosa se acercó a Rodrigo y le susurró al oído.
-No es el recibimiento que esperábamos, pero es solo el comienzo…

1 comentario:

  1. Hola, me ha gustado mucho tu relato, adoro las historias sobre barcos, muy bien escrita!!!

    Besos!!

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